Lo que sigue fue escrito por María (Lancaster) el 20 de noviembre de 2005.
Afectada de sensibilidad química múltiple, síndrome de fatiga crónica y fibromialgia, ante todo es persona de curiosidad extrema que contagia a quien la lee o habla con ella. Le gusta leer, escribir y aprender cosas nuevas. Le encanta la fotografía y buscar belleza en las cosas. En la red tiene muchos espacios donde volcar su entusiasmo por la vida. Luchó por seguir trabajando el máximo que pudo (dos días semanales) a pesar de la fuerte sintomatología. Actualmente se encuentra de baja médica y sin posibilidad de reincorporarse al mundo laboral.
El escrito que sigue a continuación (reproducido bajo su autorización y título original), refleja el día a día de estas patologías (dudas, experimentación, querer hacer más de lo que el cuerpo deja,... ), y el afán de superación y voluntad para cosas que a los demás son livianas.
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"Esto va a más. Primero fueron los asiáticos con la gripe del pollo. Y ahora entre unas cosas y otras se va a imponer la moda de llevar mascarilla por la calle. En realidad la cosa no es nueva, en muchas grandes ciudades del mundo, en períodos de alta contaminación atmosférica, es normal ver gente por la calle tapándose la nariz y la boca como mejor pueden.
Hoy no he ido a trabajar. El bajón de después de levantarme no fue muy grande, pero el esfuerzo de lavarme el pelo me ha terminado por pasar factura. Hace apenas media hora no podía casi mover los brazos y me costaba hablar y respirar a la vez. No sé cuánto tardaré en escribir esto, pero no estoy tan mal.
Ayer sí fui a la ciudad a trabajar. Me daba un poco de reparo la idea de ir con la mascarilla de carbón activado por Barcelona, pero para eso las compré, y además, por algo me habrá insistido tanto en el tema el médico que me lleva lo del Síndrome de Fatiga Crónica (que además es uno de los mayores expertos en Sensibilidad Química del mundo), y tanta gente que conozco con el mismo problema. El caso es que quería ver si las mascarillas de 3M (modelo 9929, el de la foto) que me compré el otro día eran tan eficaces en medio del tráfico de ciudad como me habían dicho. Ya las probé en casa una noche, en el balcón, y realmente no notaba el olor que suele haber en Sant Boi por las noches por culpa de las fábricas de la zona, bueno, ni el olor ni sus efectos: náuseas, dolor de cabeza, agotamiento, calambres...
Al llegar a la plaza de España me la coloqué, todo el mundo mirando como si en vez de una mascarilla hubiese sacado un AK-47 del bolso. Salí a la calle y ya me di cuenta de que no olía absolutamente a nada. Me esperé un rato en la parada de taxis y no me molestaba el olor del tráfico ni me dolía la cabeza.
El problema fue cuando llegué al trabajo. Me quité la mascarilla en el cuarto de baño, gran error... Todos los olores característicos del edificio se me echaron encima como si quisieran vengarse. Al cabo de un cuarto de hora ya arrastraba las piernas y me picaban los ojos. Luego vinieron la fotofobia, el vértigo, el dolor de cabeza, el asco... los brazos y las piernas que eran como trapo y plomo a la vez... Así estuve hora y media más o menos, lo habitual en mí en estos casos hasta que volví a la "normalidad". Ya no notaba tanto la agresión a que me sometían las colonias, los cables y ordenadores calientes, el tabaco, el olor a cloaca, a productos de limpieza de distintas clases... que es a lo que suele oler el sitio donde trabajo. Olores que son de todo menos inofensivos para alguien con hipersensibilidad a los químicos, como yo.
Las mascarillas son un rollo: molestan, se llenan de vaho, irritan la piel, las tiras de atrás se resbalan, por arriba los bordes chocan con las gafas, la gente te mira más todavía, pero creo que está comprobado que me aíslan bastante bien de la mierda que la mayoría de la gente se ha acostumbrado a respirar todo el día.
He tardado... tres cuartos de hora en escribir esto".
Fuente: http://mariazambruno.spaces.live.com/
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