Una enfermedad crónica invalidante no deja resquicio a una calidad de vida -aún pequeña-, ni a salidas a la calle apenas, y cuando se hace, se paga en salud durante y tras “la aventura”. Por eso se disfrutan tanto los pequeños momentos: todo se mira y saborea reteniéndolo en la retina como con ojos nuevos. Además, la enfermedad y el aislamiento te hacen madurar, reflexionar, relativizar, dar perspectiva a las cosas, aprender de todo,…
“En tu tierra –dijo el principito- los hombres cultivan cinco mil rosas en un mismo jardín… Y no encuentran lo que buscan…”. Pero es que para “encontrar” hay que saber qué se quiere buscar. Yo no busco rosas, busco momentos: el mundo, el universo, tengo la certeza que posee un corazón global y abstracto. Pero ese corazón quieto e invisible sólo parece latir en ocasiones puntuales a través de las obras de tal o cual persona, o moviendo a masas ante grandes catástrofes . El corazón del mundo es la quintaesencia de todo.
Emociona verlo latir y reconocerlo aunque sea en tan pocas ocasiones: gente que te cede su sitio en el metro pero es mayor que tú; un celador y unas viejecillas que un día te cuelan de motus propio para que no hagas cola para unos análisis o para el médico; abuelillos habladores en el autobús ("¿qué te pasa, los pulmones?. Yo también": ¿?); una conversación sobre arte y literatura saliendo del ambulatorio con una desconocida tras preguntar porqué llevo mascarilla;… También hay personas que un día encuentras en un despacho de tu hospital y descubres cosas en ellos que no van en el sueldo: humanidad, calidez de trato, empatía, intención verdadera por saber quién eres, qué te pasa, cómo facilitarte las cosas… Y sin “intimidarles” la mascarilla para la sensibilidad química y ambiental: son Mercedes y Fernando (en la foto de arriba, puesta con su permiso), excepcionales compañeros de Atención al Paciente de mi hospital (Fundación Jiménez Díaz, Madrid).
Fernando se va ahora en pos de nuevos caminos en la vida a Fuerteventura, con su guitarra y su gata (“caminante no hay camino...”). Decir que normalmente se me cataloga de persona empática que da sensación de cercanía a pesar de mi tremendo sentido de la independencia, pero a veces uno se encuentra con la horma de su zapato y Fernando tiene una empatía, una generosidad de trato y una calidez que son un don nada frecuente que por fuerza debe atraer a su entorno gente buena como él.
Mercedes se queda. Me gusta la sonrisa abierta con la que me recibe cuando la veo: realmente se alegra cuando me ve aparecer por la puerta tras mi mascarilla, mi fatiga y mis dolores que a toda costa intentan borrarme la sonrisa y el espíritu de lucha.
Las personas solemos estar más prestos a la queja y las críticas que a las alabanzas, que por otro lado dan pudor e incluso no están bien vistas socialmente (como tampoco la enfermedad, la muerte, las formas de pensar y vivir diferentes, y todo lo ajeno al estilo de vida aceptado como “deseable”). Pero como “es de bien nacido ser agradecido”, vaya desde este pequeño blog mi agradecimiento a ambos de la única manera que sé hacerlo: a través de unas letras. Gracias también al resto del equipo de Atención al Paciente (Irene -que ya no está-, José Antonio,... ).